jueves, 7 de febrero de 2013

Nota de suicidio

En fin, la última de hoy. No es que valga gran cosa, pero hey, tampoco lo hace lo demás y lo sigo subiendo. Esto es una historietilla que escribí para un concurso de la radio, no gané, por supuesto, pero bueno. El tema era una nota de suicidio, en menos de 200 palabras, creo. De ahí el tamaño.



El cuadro de mi pared se ríe, se ríe de lo patético que resulto. Se ríe en mi cara, ¡EN MI CARA! La miro y se ríe, su sonrisa burlona me repugna. Sus dientes encierran destellos de risa que me producen pánico. No, odio. Lo que siento es odio. Esa belleza no hace más que mirarme y reírse, se ríe de mi vida, de todo lo que hago, se ríe cada vez que fracaso. Mírenla ahí, riéndose de nuevo, no pienso permitirlo más.
Ayer traté de romper el cuadro, y se volvió a reír, se rió porque sabía que parezco idiota, que me siento idiota. No, no voy a dejar que se ría más de mí, se acabó. Yo no la veré, al menos. Si ella no se va, me iré yo y, ¿quién se reirá entonces? ¿Eh? ¡YO! ¡YO ME REIRÉ!
 

Desierto



Creo que escribí esto con 15 años ó 16 ó 17, yo que sé. Melancolico-depresivo, ¿Quién le iba a negar un sitio aquí?

Camino triste, preguntándome quién soy. Ante mí se extiende un desierto bajo un cielo gris, gris como mi ánimo. Me pregunto por qué, que he hecho, si es cierto que merezco este tormento. El viento forma voces, sutiles como un alfiler, a la vez, dolorosas como cuchillos candentes en la piel. En medio de este caos escucho una voz, esta vez real, que me pregunta quien soy, me giro, y veo ante mí, irguiéndose como una diosa, a una chica, tal vez de mi edad, puesto que ni siquiera sé cuantos años tengo. Insiste, le digo mi nombre, ella me contesta: “Entonces, tú eres como yo.” No sé a que se refiere, sin embargo, sé que dice la verdad. Sin saber muy bien por qué, me acerco a ella, me coge la mano y me pide que la acompañe. La sigo, como en un sueño, hasta una ciudad, no sé como no la vi antes, llegamos a un cementerio, parece que sabe exactamente a donde se dirige, de repente se detiene al lado de una lápida, me la señala y, al mirarla, descubro mi nombre escrito en ella, siento un dolor en el pecho, bajo la vista y veo, como si de una estaca se tratase, un cuchillo clavado en mi corazón, siento como las fuerzas me abandonan, ya no puedo sostenerme en pie, caigo al suelo, cierro los ojos y solo veo, a lo lejos, una luz.

¿Donde jugarán los niños (o con qué, mejor dicho)?

Bueno, como habreís podido comprobar, mi producción (Heh, producción, dice) literaria ha disminuido considerablemente, no voy a poner excusas, pero para que esto no cree telarañas, voy a subir algunos de mis textos más antiguos (Que no por ello mejores o peores) Ahí va, disfrutad.

Yo, no es por meterme con nadie, pero viendo el desarrollo de nuestra sociedad, es decir, la explosión de incultura y culto al cuerpo (que comprende desde inyecciones de tinta en la piel hasta dilatar orejas a tamaños ridículos) de estos últimos años o el “fenómeno choni” como a mí me gusta llamarlo, estoy realmente preocupado por las futuras generaciones. Por ejemplo, pongamos un ejemplo: Mi abuela se llama Carmen, tiene fotos en sepia de cuando era joven, le gusta la jardinería y me prepara una empanada que te cagas. Dentro de unos cuantos años, las abuelas se llamaran Vane, Jessi, o Jeni, tendrán tatuajes de Playboy en la cadera (su mera visión, estirados y deformes, me da nauseas), sus álbumes de fotos parecerán las vacaciones de Hugh Hefner y difícilmente sabrán cocinar algo más allá de unos huevos con marisco o una macedonia de plátano y melones. En cuanto a ellos, tendremos abuelitos que tunean coches, se desafían a beber chatos de vino en el bar y cuentan historias sobre multas de tráfico, donde la caballería será sus “pHrImoOs”. Realmente, no voy a mentir, me encanta meterme un poco con la gente. Sin embargo, este caso me pone los pelos de punta de veras.
Por otra parte, viendo como son las juventudes hoy en día, no quiero ni imaginar las atrocidades que se nos tienen reservadas, además, para cuando aparezcan esas nuevas generaciones, nosotros seremos un puñado de viejos cascarrabias: “¡En mis tiempos las cosas eran muy distintas!”, diremos (aunque sea una horrenda mentira). Es posible, sin embargo, que los genes recesivos nos ayuden y aparezca una camada de pequeños Einsteins salvadores del mundo, tampoco quiero soñar.
Si las drogas y demás mierda química no ha matado para entonces a toda esta pandilla, espero que por lo menos hayan madurado un poco y decidan, como mínimo, salvar nuestros globos oculares y borrase el tatuaje Playboy.

lunes, 14 de enero de 2013

El matrimonio homosexual (para que sepaís lo que leéis, vamos)


Bueno, basta de bromas por un momento. Y lo digo porque quiero comentaros algo que pasaba ayer en una de las ciudades más universales y heterogéneas del planeta. Ayer, en pleno centro de París, se celebró una manifestación en contra del matrimonio homosexual. Mirad, no quiero entrar en temas de religión, creencias o fes, de hecho, mi política ha sido siempre vivir y dejar vivir en ese aspecto, pero es que esto se nos ha ido claramente de las manos. Y lo digo porque en la manifestación de ayer había un gran número de niños de 12 o 13 años. Joder, que esos niños no deberían tener ni ideas ni opiniones sobre el matrimonio: dejadlo para cuando seáis mayores, ya habrá tiempo de preocuparse por eso. Y a los padres: ¿Qué clase de personas sois que preferís lavarles el cerebro a vuestros hijos antes de que dos hombres, o mujeres se casen, por muy felices que sean? Que somos mayorcitos, hombre. Y cualquiera diría que tenemos un cierto grado de civilización, pues dejad que hagan lo que les plazca, que tampoco es como si se metieran en vuestra casa a restregároslo por la cara. En fin, que si tanto os molesta, os vais a vivir a la Antártida, aunque tengo entendido que hay pingüinos homosexuales.

jueves, 11 de octubre de 2012

Las criaturas de mi apartamento


¿Vive un gnomo en mi nevera? ¿Y un duende en la caldera? Las criaturitas por el día duermen, y en la noche se despiertan. En fin, dejando al margen esta rima burda y absolutamente innecesaria, volvamos al tema. El gnomo de mi nevera. El tío debe de ser un gnomo muy meticuloso y cuadriculado, lo digo porque todas las noches a la misma hora, exactamente la misma (y esto lo sé porque me cuesta dormir y miro el reloj cada dos minutos, aunque a mí me parezcan años) el gnomo de las narices se dedica a toquetear la resistencia y a picotear mi comida (o más bien mi bote de bicarbonato y mi medio limón reseco) metiendo un alboroto de mil demonios. Por suerte, al rato se cansa y se va a dormir, dejándome continuar con mi ilícita relación homosexual con Morfeo. Pero esto no puede continuar así, vamos, que por su culpa no duermo bien, me levanto con ojeras, y no puedo guardar nada en el frigo. Tendré que llamar a algún tipo de exterminador,  pero claro, ¿Qué les digo? ¿Qué tengo un gnomo? Lo mejor que podría pasarme es que colgaran el teléfono. Eso si no llaman a la policía, los bomberos o a los del manicomio y termino mis días en una celda acolchada. Así que nada, me tocará seguir conviviendo con este inquilino desagradable y maloliente. Y como se acaba de cansar, me voy a la piltra. Otro día os hablo del duende.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Las abejitas


Bien, pues resulta que el otro día estuve en un camping, y en los campings hay naturaleza, y en la naturaleza, hay bichos. Y a los bichos quería llegar yo, porque resulta que una simpática abejita se dedicó a rondarme mientras yo leía tranquilamente un libro, sé que resulto irresistible, tan concentrado y eso, pero tampoco es cuestión de saltarse las maneras. Al menos que me invitara a un café o algo, digo yo. El caso es que me dio por pensar, ya sabéis, era uno de esos momentos en lo que lees una línea mil veces y tu cabeza está en otra parte. Y pensaba yo lo siguiente: “Las abejas no son unos insectos muy provechosos a la hora de cazar, que digamos, porque claro, como la palman después de un picotazo, en caso de guerra su número de bajas sería como poco el número de enemigos que matan. Con lo que, a menos que superen las fuerzas enemigas con creces, no podrán ganar una mísera batalla.” Y luego, como quien no quiere la cosa y porque uno lleva a lo otro y nos podemos tirar así toda la mañana, pensé en los rusos (por lo del número de tropas) y en los kamikazes japoneses (por lo de morirte al matar y todo eso) y me dije que, realmente, no somos tan diferentes de los animales ni en nuestros peores momentos. Lo que hace de nuestra supuesta “superioridad intelectual” una completa farsa, a pesar de que nos la hayan vendido siempre. Aunque bueno, es cierto que ya había llegado a esa conclusión antes, al ver las barbaridades que cometemos día tras día, pero en fin, nunca me había parado a pensarlo tan, digamos, científicamente (qué queréis, soy de letras). Y eso es todo, al final la abeja no me picó y, después de hablar de mis idas de olla con una amiga me dije: “Pues podría escribirlo y así ya tengo otra entrada”. Así que aquí estamos, señorass, señores e indecisos. Un saludo.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Las musas (o cualquier cosa que inspire, vaya)


Las musas. Todo el mundo las tiene, musas serenas o alocadas; solitarias, o bien acompañadas. Nos siguen y nos susurran al oído, desde el poeta a quien no le sonríe la suerte ni el dinero, hasta el político que debe inventarse excusas a fin de mes. Y, aunque se les llame musas, en femenino, bien pueden ser masculinas, o carecer completamente de género: Pueden ser personas u objetos, o incluso seres inmateriales. En mi caso, son mis sábanas. Las sábanas de mi cama me acompañan al dormir, pero también cuando no puedo hacerlo. Y, de vez en cuando sus ideas se contagian a través de la almohada. ¡Ah! Cuantas historias y poemas, batallas y cuentos se habrán perdido por estar demasiado a gusto entre ellas. Este pequeño párrafo que ahora leéis, mismamente, lo escribo tumbado en la cama, arropado en el cálido abrazo de mis inventoras de sueños, porque ha tenido la suerte de encontrar una libreta y un boli olvidados en mi mesilla, gracias a los cuales sobrevivirá a la noche.