Las musas. Todo el mundo las tiene, musas serenas o
alocadas; solitarias, o bien acompañadas. Nos siguen y nos susurran al oído,
desde el poeta a quien no le sonríe la suerte ni el dinero, hasta el político
que debe inventarse excusas a fin de mes. Y, aunque se les llame musas, en
femenino, bien pueden ser masculinas, o carecer completamente de género: Pueden
ser personas u objetos, o incluso seres inmateriales. En mi caso, son mis
sábanas. Las sábanas de mi cama me acompañan al dormir, pero también cuando no
puedo hacerlo. Y, de vez en cuando sus ideas se contagian a través de la
almohada. ¡Ah! Cuantas historias y poemas, batallas y cuentos se habrán perdido
por estar demasiado a gusto entre ellas. Este pequeño párrafo que ahora leéis,
mismamente, lo escribo tumbado en la cama, arropado en el cálido abrazo de mis inventoras
de sueños, porque ha tenido la suerte de encontrar una libreta y un boli
olvidados en mi mesilla, gracias a los cuales sobrevivirá a la noche.
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