Bien, pues resulta que el otro día estuve en un camping, y
en los campings hay naturaleza, y en la naturaleza, hay bichos. Y a los bichos
quería llegar yo, porque resulta que una simpática abejita se dedicó a rondarme
mientras yo leía tranquilamente un libro, sé que resulto irresistible, tan
concentrado y eso, pero tampoco es cuestión de saltarse las maneras. Al menos
que me invitara a un café o algo, digo yo. El caso es que me dio por pensar, ya
sabéis, era uno de esos momentos en lo que lees una línea mil veces y tu cabeza
está en otra parte. Y pensaba yo lo siguiente: “Las abejas no son unos insectos
muy provechosos a la hora de cazar, que digamos, porque claro, como la palman
después de un picotazo, en caso de guerra su número de bajas sería como poco el
número de enemigos que matan. Con lo que, a menos que superen las fuerzas
enemigas con creces, no podrán ganar una mísera batalla.” Y luego, como quien
no quiere la cosa y porque uno lleva a lo otro y nos podemos tirar así toda la
mañana, pensé en los rusos (por lo del número de tropas) y en los kamikazes
japoneses (por lo de morirte al matar y todo eso) y me dije que, realmente, no somos
tan diferentes de los animales ni en nuestros peores momentos. Lo que hace de
nuestra supuesta “superioridad intelectual” una completa farsa, a pesar de que nos la hayan vendido siempre. Aunque bueno, es cierto que ya había llegado a esa conclusión antes,
al ver las barbaridades que cometemos día tras día, pero en fin, nunca me había
parado a pensarlo tan, digamos, científicamente (qué queréis, soy de letras). Y
eso es todo, al final la abeja no me picó y, después de hablar de mis
idas de olla con una amiga me dije: “Pues podría escribirlo y así ya tengo otra
entrada”. Así que aquí estamos, señorass, señores e indecisos. Un saludo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario