martes, 7 de agosto de 2012

Irlanda


Cuando empecé mis vacaciones por Irlanda, me prometí escribir algún que otro artículo sobre el país en cuestión, la idea original era ir escribiendo  poco a poco los días que durara la excursión,  pero acabaron siendo unos días muy ocupados. Por eso os traigo una versión más mascada de la impresión que me causó la isla, con el beneficio del poco tiempo que ha pasado, para que los recuerdos sean recientes, y a la vez la visión global que otorga la historia completa.
Desde luego, la primera impresión que tuve al llegar puede no ser muy válida, porque aterricé en pleno Dublín, pero la cultura de un país la conforman desde la anciana campesina de manos ajadas que carga paja en su carreta, hasta el abogado de oficio que consulta constantemente su correo mediante su móvil. Y este es el caso de Irlanda, que se trata de uno de los países que mejor combinan tradición y modernidad, con lo que bien se puede disfrutar de un guiso tradicional en una acogedora taberna de algún pueblo remoto, como contar con los servicios de cuatro asistentes, dos cocineros y un ama de llaves en el hotel más lujoso del país.
Dejando al margen el hecho de que llueva 364 días al año (365 si cae en bisiesto), la naturaleza y los paisajes son dignos, no, dignísimos de visitar. Hay playas y acantilados que quitan el aliento y, a pesar de que el clima no acompañe, nunca deja de haber cuatro chalados que se bañen a diario. Los prados resultan tan distintos de los amarillentos colores de la estepa castellana que dan ganas de tirarse al suelo y echar a rodar.
Uno de los aspectos más representativos de la isla son las relaciones sociales, que se llevan a cabo en los omnipresentes pubs; creedme, yo soy de España y la gracia con la que compartían pintas de Guiness en aquellos preciosos locales me producía una dulce y agradable envidia. Decorados a la perfección, parecía no faltar un detalle por cumplir; por no hablar de la música tradicional que inundaba muchos de ellos a partir de las 9 de la noche. No es sorprendente, pues, que se encontraran repletos de gente a casi todas las horas del día.
En el apartado de estereotipos, todos tenemos la imagen del irlandés poco trabajador, borracho y temeroso de Dios que nos han vendido a lo largo del tiempo, sin embargo, como es normal en estos casos, esa imagen se aleja considerablemente de la realidad. Es cierto que muchos de los irlandeses tradicionales son bastante religiosos, cosa que está cambiando poco a poco con la modernización del país, sin embargo, dado que rara vez suelen tomar más de dos pintas de cerveza (que les duran sus dos o tres horas), no llegué a ver más borrachos que en España, aunque eso puede que sea una unidad de medida un tanto imprecisa. En general me parecieron una gente encantadora y feliz de abrir sus puertas a todo extranjero que lo desee.
 
P.D. Las fotos son de mi cosecha, y desde aquí doy gracias a mi querida cámara que tuvo que soportar todas las penurias que le hice pasar en el viaje (Llené la tarjeta por completo).

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