Bueno, pues resulta que hace bastante que no escribía una
entrada y esta tarde tenía algo de tiempo libre así que decidí ponerme a ello.
He estado bastante ocupado con los exámenes y tal, pero eso no es más que una
excusa para ocultar que soy un vago de mierda. En fin, hoy voy a hablaros de
las fiestas de San Juan, con su clásica hoguera, sus conciertillos y, cómo no,
sus típicos y omnipresentes, tiernos, cariñosos y achuchables borrachuzos de los cojones. Pues resulta que me
encontraba yo ayer en la susodicha fiesta bebiendo también, por qué negarlo,
cuando dos tipos sujetando a un tercero a hombros se nos cruzaron solamente
para avanzar unos pocos metros más hasta que el que iba inconsciente empezó a
vomitar hasta la leche materna, aún a riesgo de quedarme corto con la metáfora,
porque el tío igual echó diez litros ahí mismo. El caso es que la bebida me
parece muy bien, está claro que es un mecanismo social muy útil, y me ha
salvado el culo en más de una ocasión, pero joder, un poco de cabeza, que estoy
seguro de que el tipo este no se lo pasaría tan bien como esperaba. Vamos, a
menos que tuviera una extraña parafilia relacionada con las regurgitaciones
masivas. Lo malo no es que un pobre tipo descubra que la garganta no sólo sirve
para tragar, sino que cómo él habría otros cien solamente en la plaza donde
estábamos y que cada uno de ellos se estará acordando hoy del puñetero momento
en que decidieron comprar aquella botella de ron de más. Todo esto de nuevo sin
tener en cuenta las preferencias sexuales de cada uno, que para gustos están
los colores y yo, ahí, no me meto.
Escrito el 24-06-12 en un lugar de cuya falta de conexión a Internet no quiero acordarme.
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